• por Nandu Sahi

La influencia de la filosofía de oriente y sus prácticas, tiene relativamente poco tiempo en occidente. Probablemente podríamos hablar de 100 años.

En México ese tiempo ha sido mucho menor. Después de la influencia de Maharishi Mahesh Yogi y los Beatles en la década de los 60´s en los Estados Unidos, nuestro México se deja tocar por la influencia oriental y la práctica meditativa a través del Zen con la presencia y enseñanzas del maestro Ejo Takata en los años 70´s. Hace apenas 50 añitos, edad en la que un Roble madura. En la década de los 80´s la influencia del Budismo comienza a permear en nuestra sociedad y, a finales de la misma, llegan a México las revolucionarias meditaciones activas del maestro Osho. En 1989 sucede en México, por primera vez, la visita de su Santidad el Dalai Lama y, en ese mismo año, se funda Casa Tibet México, ejerciendo su influencia de práctica meditativa durante la década de los 90´s para, posteriormente, arrancar el nuevo siglo con la nueva influencia de Mindfulness. Actualmente, esta última, la práctica meditativa más difundida y conocida.

Considero que, la práctica meditativa en nuestro país, ha respondido más que a una búsqueda verdadera, a una moda. La influencia de una tradición judeo-cristiana con más de 500 años de arraigo es, sin duda alguna, una gran sombra que poco ha permitido la entrada de nuevos rayos de luz. Sin embargo, sea cual sea el motivo que nos lleve a la meditación, lo verdaderamente importante es llegar. Y, desde mi muy particular punto de vista, es el inicio de una transformación verdadera.

Diferentes razones pueden conducirnos al mundo de la meditación y el despertar de la consciencia. Todas, para mí, igualmente válidas. Desde una moda “nice” hasta razones e intenciones mucho menos superfluas. La idea de ser mejor, de cambiar viejos patrones de conducta, de resolver una situación, luchar contra una adicción, etc. ¡Hasta la idea de alcanzar la iluminación! Todas validas al surgir de nuestra insatisfacción, sufrimiento o deseo. Al final, todas parte de una naturaleza humana que, dada su condición, se convierte en divina. Un anhelo profundo del corazón por ser feliz.

Sin embargo, la práctica constante de la meditación, cualquiera que sea la técnica, nos lleva a un momento de despertar, de inflexión, que nos hace dar un salto cuántico, más allá de la nobleza de nuestras razones, de lo hermoso de nuestras intenciones y de lo loable de nuestra búsqueda. Al final la cruda sentencia de que: “buscador, búsqueda y lo buscado” son lo mismo, se actualiza, se manifiesta y se hace evidente ante los ojos de nuestra consciencia.

Ningún lugar al cuál llegar. Nada que alcanzar. Nada que obtener o lograr. Al final, la inconmensurable comprensión de la naturaleza exacta de las cosas y de nuestra propia existencia… ¡wow! Esta revelación que sucede espontánea con la meditación, es salir, aunque sea por momentos, del Samsara (sufrimiento) para entrar en el camino del Dharma (el camino verdadero) o más aún, en su encarnación anterior rita (la armonía del cosmos), en la que todo fluye de manera natural, para unirse a otros Bodhisattva (el ser que ha alcanzado un supremo conocimiento) y encontrarse con el Bodhichitta (intención de que todos los seres sean felices).

Considero, quizás sin razón alguna, que para eso medito o meditamos. Para poder ver, entender y aceptar la naturaleza exacta de las cosas. Una simplicidad que va más allá de ser bueno, ser mejor o el deseo de iluminarse.

Nunca encontraremos en la naturaleza a un gorrión pretendiendo alcanzar el mejor “Do” de pecho o a un león pretendiendo ser el rey de la selva. Por eso, porque ellos viven en esa naturaleza exacta y ven la vida de acuerdo a ello, que no necesitan meditar. El ser humano es el único con esas absurdas pretensiones que lo alejan de su ser naturalmente divino. Así naciste… así nací… así nacimos!!! Medita y poco a poco la verdadera naturaleza se te irá revelando. Así como la primavera llega siempre o el agua baja de las montañas al océano, así, la meditación te hará develar el misterio de la naturaleza y abandonar el Samsara.